Mis armarios son como grandes cajas de sorpresas, lo cual no
tiene nada de extraño sabiendo cómo soy (o cómo somos). Me encantaría tener un
armario para cada Eva, pero tendría que vivir en una mansión para conseguirlo, por lo cual hasta mi Eva utópica descartó la idea hace tiempo. Están organizados en muchas secciones y
subsecciones (de eso se ocupa mi Eva matemática), según el estilo o el tipo
de prenda.
En uno de ellos -el de mi cuarto- guardo tres tipos de ropa,
una en cada cuerpo: por una parte, mi
vestuario más clásico y remilgado -que utilizo cuando la ocasión requiere ir formal-,
con faldas por la rodilla y blusas abotonadas hasta el cuello,
vestidos elegantes y trajes pantalón; por otro lado, la ropa destinada a vestir a la Eva leona: hay
mucha más ropa en ese lado, pero ocupa mucho menos sitio (entre otras cosas
porque algunas de las prendas están confeccionadas con menos tela, claro). Es la ropa con la que
me siento más cómoda. El tercer cuerpo lo ocupa la ropa de fiesta, que contiene desde mini vestidos de lentejuelas hasta trajes largos de noche.
La parte más
llamativa se la lleva el armario de mis disfraces, los de verdad y los que
utilizo para mis juegos eróticos, que me ayudan a darle fuerza a la Eva que
me domina según la ocasión. No me canso de jugar con los disfraces nunca.
Algunos los confecciono yo misma y los diseño sola o con la pareja que tenga en
ese momento; en general, les gusta diseñar los modelos que tienen en sus
fantasías y verlos puestos en alguien real. En la parte de arriba, guardo un montón de cajas con sombreros y pelucas (porque, aunque me divierte cambiar a menudo de imagen y de color de pelo, siempre vienen bien); en los cajones y en
las puertas de todos ellos, colgados, accesorios de todo tipo, que completan todo lo anterior.
En mi habitación
hay un sinfonier donde está ordenada toda la lencería que, si no fuera porque
la talla es la misma, parecería que pertenece a personas completamente
diferentes en gustos: desde las famosas bragas de Bridget Jones- me pareció divertido
tener unas- a unos minúsculos pedazos de tela semi-transparente que me
vendieron como tangas en un sex-shop. Tengo que reconocer que la lencería
provocativa me fascina y que ocupa el noventa por ciento de estos
cajones.
Todos los bajos de los armarios están provistos de barras o baldas para los muchos
zapatos, sandalias, botas, botines... de distintos diseños y colores que llevo.
Una vez mi Eva matemática contó ciento tres pares y mi Eva derrochona se llevó una buena bronca. Los zapatos son un vicio casi tan grande como el de los bikinis; siempre me fijo en los
zapatos de la gente - creo que es algo heredado de mi madre- : dicen mucho de las personas que los llevan.
Por último, tengo
un armario empotrado donde se almacenan como pueden las prendas especiales para
practicar deportes: footing, ciclismo, esquí, motociclismo, equitación, surf, buceo... y todo lo que no encaja en mis otros armarios - o lo que no
cabe-. El último armario, pequeño pero funcional, es de tamaño mediano. En él colocan su ropa mis compañeros
de convivencia durante el corto tiempo que dura la misma.