viernes, 16 de febrero de 2018

POR EL PRINCIPIO

                                 

( No, no soy yo, pero me parezco...) 

       
          Muchas veces pienso en el principio de todo esto, en la niñez que guarda todas las llaves, en la primera vez que yo me di cuenta de que no era una, sino varias. Probablemente la educación estricta que recibí de niña haya contribuido a que sea como soy, aunque yo no lo haya aceptado hasta hace poco tiempo. Toda la perfección que me exigían, el sentimiento de culpa por no hacer las cosas al agrado de mis padres o de mis maestras... Acababa de cumplir diez años cuando llegué al convencimiento de que éramos dos: la buena Eva, la estudiosa, la brillante, la solidaria, la compasiva, la buena hija, la educada... y la otra "Eva": la oculta, la mala, la traviesa, la perversa, la vengativa, la cruel... Y pensaba entonces que sólo una de las dos podía sobrevivir...

          Tuve mi primer novio con once años (o eso creo, porque no recuerdo casi nada de antes de esa edad). Su madre le decía: "¿Has visto qué chica más guapa, más lista y más buena ?", "Tendrías que quedar más con ella"... y cosas así. El chico era demasiado pánfilo y parado y a mí no me gustaba nada, pero nuestros padres se conocían desde siempre y mi madre hacía igual: "¿No te gusta ese niño?", "¿Por qué no le invitas a merendar?", "¡Es educadísimo!", "Hacéis buena pareja"...

          Tuve claro que nuestros padres no pararían hasta que no saliéramos y se convencieran ellos mismos de que emparejarnos era un doloroso error. Por eso, cara a la galería, fuimos "novios" durante casi tres meses.

          El primer día que estuvimos a solas, le agarré fuertemente de sus partes más nobles y le dije al oído: "Vamos a ser novios unos meses y mientras vas a hacer lo que yo quiera...¿Has oído?"  Casi se hace pis, el pobre. Sé ahora que fue muy cruel, pero desde mi preadolescencia yo solo me sentía fuerte haciendo ese tipo de cosas y creyéndome con el control... El se quejó alguna vez a sus padres, pero no le creyeron.

        A los tres meses menos dos días, respiró con alivio cuando le dije que el trato había terminado; para entonces yo ya había puesto los ojos en un chico seis años mayor que yo...